Que se haya designado a Oswaldo Vizcarrondo para dirigir los partidos de la Vinotinto en octubre, no tiene importancia. No es el final de nada, ni tampoco el comienzo. No es el kilómetro cero ni la meta de llegada. No es el punto de partida ni una transición. Es salir del asunto del momento, y después veremos. Ahora, si él será el elegido para conducir la vida de la selección nacional, entonces tendremos que hablar de otro tema: de proyectos, de ambiciones, de logros, de Mundial 2030.
Vizcarrondo ha sido uno de la interminable lista de nombres que los medios de comunicación y la gente han propuesto cada amanecer, cada día. Si será Vizcarrondo el hombre, pues no estará nada mal. Total, el hombre tiene fútbol en su sangre, y ha jugado en Argentina, Paraguay, Colombia, México y en el Nantes de Francia, adonde fue en 2013 en aquella avanzada venezolana integrada por Fernando “colorao” Aristeguieta, Gabriel Cíchero y él (la llamada “Nantezuela”), para probar su experiencia a carta cabal…
Seguir el Mundial Sub-20 es una experiencia de interés, especialmente para hacer contacto con aquellos jugadores que posiblemente enfrentará la Vinotinto en unos pocos años. Hoy día todos tratan de renovarse, de buscar el fútbol nuevo, de poner un pie en el 2025 y otro en el porvenir. Llama la atención Chile, uno de los países de honda traición que ha visto cómo el paso lento de los años lo han dejado atrás, estancado en la arena movediza de su falta de renovación. Ha sido lastimoso mirar el campeonato y saber que Venezuela, siempre animador de estos torneos, no está en Santiago.
Hubiera sido demasiado interesante cotejar el futbol venezolano con el que se juega en otras latitudes, y, jugando a las adivinanzas, tratar de vislumbrar al trasluz de los tiempos a la Vinotinto que ha de venir…
Mirar a Ronaldinho caminar por de la alfombra del teatro con la mirada puesta en el escenario donde lo esperaba Ousmane Dembelé para recibir de sus manos la corona como Balón de Oro, fue un reencuentro con el fútbol-arte. Porque nadie como él para simbolizar el juego del balón con una escultura, con una pintura, y especialmente, con la finura del ballet.
A su paso era visto con fervor, con admiración por aquellos jugadores de nuevas edades que lo veían pasar como quien ve a un ser superior, como también lo miraban sorprendidos aquellos zagueros adversarios que lo sentían llegar y no se atrevían a disputarle el balón. Fue el más aplaudido de la jornada, el más respetado, el más amado. Ronaldinho Gaucho, a su manera, poeta.
Nos vemos por ahí.
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